EL TRAUMA QUEDÓ ATRAPADO EN EL CUERPO

Las investigaciones sobre el trauma evidencian que la experiencia traumática, además de afectar a nuestra mente, nuestra biología y nuestro sistema inmunológico, puede dejar huella también en nuestra capacidad de mantener relaciones sanas e incluso puede afectar nuestra capacidad de disfrutar y gozar de la vida.

Una experiencia puede resultar traumática cuando una persona se expone a un suceso que percibe como una amenaza para su propia vida o experimenta una situación más abrumadora de lo que puede tolerar o asimilar. Para que una experiencia se convierta en algo traumático para una persona, además de la gravedad del suceso y/o su reiteración en el tiempo, se añaden otros factores como la edad de la persona (cuanto menor, mayor vulnerabilidad), el hecho de haber sufrido otros traumas anteriores, la posibilidad de escapar de la situación…

Si bien es cierto que un mismo suceso puede afectar de forma diferente a distintas personas, todos los seres humanos vivimos experiencias que nos causan dolor y, en algún momento de nuestra vida, podemos enfrentarnos a un trauma de mayor o menor magnitud.

 

Un suceso traumático no necesariamente tiene su origen en eventos graves donde la integridad física de uno mismo o de otras personas se vea amenazada como podría ser situaciones de guerra, catástrofes naturales, abuso infantil, violencia familiar… sino también en incidentes que causan dolor o pueden resultar aterradores y que, a menudo, se minimizan, como pueden ser un divorcio, determinadas pérdidas, procedimientos médicos y quirúrgicos invasivos, pequeños accidentes… y otros acontecimientos estresantes o situaciones de maltrato psicológico o emocional cuyo efecto acumulativo puede ser tan dañino y abrumador como los sucesos graves.

 

Las investigaciones sobre el trauma sugieren que las personas quedan afectadas por la experiencia traumática mucho tiempo después de que ésta se haya producido y, en este sentido, muchas intentan hacer todo lo posible por olvidar. No obstante, se necesita invertir muchísima energía para seguir adelante, sobre todo, cuando ante determinadas situaciones se desencadenan sensaciones físicas intensas, emociones desagradables, acciones impulsivas…. O se vuelve a experimentar intrusivamente el recuerdo del acontecimiento en forma de pesadillas, imágenes o se produce una mayor activación traducida en hipervigilancia, irritabilidad, insomnio… o una evitación de personas, lugares, pensamientos… Este tipo de reacciones postraumáticas pueden resultar tan incomprensibles y abrumadoras para la persona que las sufre que teme estar volviéndose loca, tener algún tipo de tara sin posibilidad de solución o se culpa por su debilidad y se avergüenza de su falta de control.

 

El trauma se puede experimentar mental, emocional o físicamente. Y, aunque un suceso traumático no se recuerde, las sensaciones persisten en el cuerpo ya que el trauma reside en el sistema nervioso y tiene una base fisiológica. La mente puede intentar olvidar y dejar atrás el trauma, pero el cuerpo lo recuerda, manteniendo a la persona atrapada en el dolor del pasado con unas emociones y unas sensaciones físicas a las que cuesta poner palabras.

 

Una situación actual puede activar un dolor del pasado y volver a activar las emociones, las sensaciones físicas y los desagradables síntomas de ese dolor ya que las reacciones no están bajo un control consciente. El sistema más primitivo (el cerebro reptiliano) se activa en un intento instintivo del cuerpo para protegerse ya que la principal función del cerebro es la supervivencia. El cuerpo guarda la memoria del trauma y trata de liberarse de sus efectos puesto que tiene una tendencia natural hacia la sanación. Por ello, cualquier trauma no sanado puede activarse nuevamente y surgir provocando angustia, temor o ciertos síntomas de los que el cuerpo trata de liberarse y que constituyen cargas innecesarias que afectan negativamente a la persona.

 

Comprender y aceptar las sensaciones del propio cuerpo es un paso importante para que se produzca un cambio en la recuperación del trauma. Si bien es cierto que ciertas sensaciones físicas pueden resultar angustiantes, aprender a manejarlas y liberarlas puede ser más productivo a largo plazo que taparlas bajo medicamentos que no las resuelven, aunque reduzcan las sensaciones a corto plazo.

Ser consciente de las sensaciones físicas que están bajo las emociones, discriminarlas, describirlas (hormigueo, presión, vacío…) aceptarlas y estar presentes para poder liberarlas es fundamental porque son representaciones somáticas de experiencias traumáticas que no se han digerido ni resuelto.

 

El valor intrínseco de la vida depende de la conciencia y del poder de contemplación, no de la mera supervivencia. (Aristóteles)