
DISCUSIONES DE PAREJA. ¿PODEMOS CONTROLAR NUESTRAS EMOCIONES?
Todas las parejas discuten. Muchas discusiones tienen que ver con lo que puede considerarse expectativas no cumplidas, falta de afecto, atención o consideración, diferentes criterios de opinión a la hora de afrontar una situación… y otras veces pueden tener que ver con malos entendidos o lo que se consideran asuntos sin importancia. Además existen diferentes motivos por los que pueden surgir discusiones en las diferentes etapas por las que transita la relación de pareja. Algunos pueden deberse a situaciones nuevas (inicio de la convivencia, el nacimiento de un hijo…) que propician el conflicto mientras se busca la manera de resolverlo o realizar los ajustes necesarios para afrontar la nueva situación. Sin embargo, la mayoría de las cuestiones que están en el origen de las discusiones de pareja suelen ser temas repetitivos que surgen una y otra vez a lo largo de la relación y que permanecen sin resolverse.
Aunque algunas parejas discuten más a menudo que otras, todas tienen su propio estilo a la hora de discutir, que va a depender, por ejemplo, de la personalidad de cada miembro de la pareja, los motivos de la discusión y de la capacidad que tienen para gestionar sus propias emociones. En este sentido, cuando se produce un desencuentro en la relación de pareja, pueden percibirse las emociones y el comportamiento como algo que no se puede controlar. En una discusión en la que las emociones toman el control de la situación, el enfado inicial puede convertirse en ira y ésta puede ir in crescendo hasta acabar en comportamientos que conllevan decirse mutuamente palabras hirientes que agravan la situación.
En mi trabajo como psicoterapeuta, oigo decir a las parejas que acuden a consulta que, en muchas ocasiones, discuten por tonterías, que no recuerdan muy bien cuál fue el motivo de la discusión, pero que estuvieron varios días sin dirigirse la palabra, que no pueden controlar la ira en una discusión… y que, en definitiva, las discusiones están desgastando su relación de pareja porque no saben cómo gestionar sus emociones.
Habitualmente podemos pensar que algunas emociones, por su intensidad, controlan nuestro comportamiento y que no podemos hacer nada por evitar que una discusión se convierta en una disputa o que hagamos un drama de una cuestión trivial. Es posible que creamos que no podemos controlar la intensidad de nuestras emociones y cómo éstas se reflejan en el cuerpo (la tensión muscular, el ritmo cardíaco, la aceleración de la respiración…), pero lo que sí podemos controlar es nuestro comportamiento. Las emociones quizá no podamos controlarlas, pero sí lo que hacemos con ellas. Podemos sentirnos enfadados y no elevar el volumen de voz, ni mostrarnos hostiles e hirientes. Podemos estar iracundos y no lanzar nuestra rabia contra la pareja. En vez de dejar que las emociones tomen el control de nuestro comportamiento, podemos calmar nuestra ira o dolor internos, atendiendo nuestro estado emocional en primer lugar, centrándonos en nuestra respiración, por ejemplo, hasta que estemos más tranquilos y podamos pensar con mayor claridad o de una forma más racional. Todo esto no es fácil de conseguir, pero se puede lograr adquiriendo un mayor autoconocimiento, comprendiendo y siendo, así, más conscientes de lo que nos genera la ira o el dolor que podamos sentir.
Si, como dice Thich Nhat Hanh, nuestra casa está ardiendo, lo más urgente es intentar apagar ese fuego y no echar a correr detrás de quien creemos que la ha incendiado. Perseguirle sería dejar que la casa se queme, es decir, seguir discutiendo con la pareja, intentando castigarla o lanzarle todo el dolor que sentimos. Perseguir al otro sería dejar de ocuparnos de lo que es más importante en ese momento: apagar el incendio de nuestro interior.
Por todo ello, necesitamos herramientas para apagar lo que arde y calmar lo que duele muy dentro, observando los pensamientos que pueden estar alimentando ese fuego, siendo conscientes tanto de nuestras emociones como de las reacciones asociadas a éstas y comprendiendo el origen más profundo de nuestras percepciones. El autoconocimiento y la sanación de nuestras experiencias previas arrojan claridad sobre esas gafas con las que percibimos la realidad y que afectan a nuestras relaciones, en general, y a la relación de pareja, en particular.